jueves, 3 de julio de 2008

Tokio Blues: Norwegian Wood

La nostalgia de los 20 años a la nipona

No es que cuenta sino como lo cuenta. Con Tokio Blues: Norwegian Wood El escritor japonés Haruki Murakami se introduce en la primera persona de un chico para vivir sus experiencias amorosas, sexuales y los varapalos de la vida. Algo muy simple pero contado con una naturalidad que sorprende.

Toru Watanabe es el protagonista de esta historia, quien narra como dio de si su vida desde el momento que alcanzó la mayoría de edad. Este chico sufre y disfruta en unas páginas rodeadas de referencias musicales de la época y la dificultad de rellenar un puzzle de su vida que ve incompleto. Las piezas que va encontrando para salir adelante con su drama interno tienen forma de chicas que le adoran, amigos que le corrompen y un mundo y acontecimientos tan intensos que tendrá que demostrar toda su madurez y templanza para no caer en la desesperación. Cada tarde que el protagonista destaca de aquellos años maravillosos son aventureros, diferentes y excitantes; tanto que nos hace querer saber más, no de que pasará, sino de cómo pasará y como todos reaccionarán.

Este best-seller internacional nipón tiene algo que la hace ser universal. Lo primero es que sin quererlo apenas, muestra una postal clara y curiosa de lo que era (y es, en algunos casos) Japón en los 70 y el mundo que rodeaba a los jóvenes como los protagonistas de Tokio Blues. La segunda es su carácter mundano que hace que el amor o el sexo sean igual en Tokio, New York o Madrid, ya que las inseguridades, miedos, reacciones y pasiones no parecen ser muy distantes de nuestras culturas a pesar de la lejanía del país. Murakami se pasea por los escenarios que el mismo construye de manera tan cómoda que parece que ya estaban allí y el se limita a describir. Lo mismo pasa con los diálogos, ya que la manera de responder y actuar de los que viven esta historia, sea predecible o no, da la impresión de una gran naturalidad, inocencia y honestidad.

Destacan las varias escenas eróticas que llenas las páginas de este libro publicado el 1987 en Japón. Lejos convertirse en la atracción morbosa para atraer a aquellos que necesitan una chispa para arrancarse a leer un libro oriental, las palabras que pega el autor a la hora de describir estas escenas hacen primar los pequeños detalles, la belleza, la dificultad, el drama y el jadeante deseo erótico que alcanzan los inexpertos amantes de la obra.

2 comentarios:

Sese dijo...

Me quedo con la atracción que consigue ejercer el austero Watanabe, no sólo con los personajes de la novela sino con el lector. Y repito, me parecen cautivadores los diálogos, sobretodo los de watanabe y Midori.
Coincido en el hecho de que es más importante cómo lo cuenta que lo que cuenta.

Permíteme que te siga leyendo

Un saludo

Anónimo dijo...

¡Fantástica reseña migueliño! Has conseguido ir directamente a la esencia de la obra, dando a conocer de forma brillante lo necesario sin por ello poner en peligro la trama. Me ha fascinado mucho de la obra el ambiente de nihilismo que reinaba en Tokio por aquel entonces y que considero que sigue reinando en todo el mundo. La sociedad y en concreto Watanabe, expresan la desorientación vital y la carencia de sentido de nuestro mundo, que cada día, siendo más sofisticado, carece de valor humano. El personaje no tiene ningún principio ni un fin, camina con su soledad y espera que el amor le rescate de este mundo, un amor a veces perdido, que se ampara en lo puramente sexual, debido a la carencia de sentido de nuestro mundo. A pesar de ello, el personaje lucha contra la muerte... toda la obra es un paralelismo de esa lucha, la lucha por no morir y buscar en una ciudad vacía un lugar donde respirar y encontrarse con uno mismo. Otros de los problemas secundarios que aparece en el libro, es la enfermedad mental y con ello la agonía de la existencia, pero, ¿quién está más loco? ¿aquel que sufre por lo que le rodea y su ánima queda dañada, o aquel que vive siguiendo el ritmo e ignorando el dolor y con ello su voluntad?

Disfruta del verano Migueliño!! Un abrazo!! Sergio.

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